lunes, 14 de noviembre de 2005

LAGO LANALHUE, IMPORTANTE PARA MUCHOS

Cuando estamos fuera de nuestro pueblo siempre recordamos lo que más marcó nuestra infancia y juventud, para muchos Cañetinos lo fue el Lago Lanalhue, lo creemos nuestro, propio, casi exclusivo. Pero no solo a los cañetinos marcó el misterioso magnetismo del Lago. No me había sorprendido que tres periodistas de farándulas mencionaran sus vivencias en el Lanalhue, como sí me sorprendió lo importante que había sido para Amanda, hija de Víctor Jara, que recuerda las vacaciones junto a su padre en nuestro Lago Lanalhue.

"Las vacaciones en el Lago Lanalhue, creo que fuimos como dos veces, pero fueron tan importantes que nos marcaron como si hubiéramos ido siempre. Debo tenerlo marcado porque no pudimos ir nunca más... Eso también influye... " es lo que contesta Amanda en una entrevista publicada ayer en el Mercurio cuando le preguntan que es lo mas importante que recuerda haber vivido junto a su padre.

Bastante sobrecogedara la entrevista que se le realiza a esta misteriosa hija del gran compositor chileno, sorprende su vida actual, de vuelta a la tierra (mar) a la naturaleza a las cosas simples, incluso se enorgullece de sus ancestros mapuches. A continuación reproducimos esa entrevista que obtuvimos de la Revista del Sábado de El Mercurio, (12/11/2005).



HABLA LA MISTERIOSA HIJA DE VÍCTOR JARA
Te recuerdo Amanda


Como con una coraza, amanda Jara se alejó del mundo para evitar las presiones y las etiquetas. En la caleta donde se refugió y se enamoró de un pescador, con el que vive hace 15 años. Pero aquí muestra que esto no es idílico, sino duro como en todos lados. a regañadientes, abre la puerta de su casa y de su pena.

Por Margarita Serrano

Debe ser complicado llamarse Amanda y ser la única hija de Víctor Jara. Porque si ya es difícil ser hija de famoso, de cualquier famoso, mucho más difícil todavía es cuando el famoso era un cantautor revolucionario cuyos cantos e himnos envolvieron la épica de la Unidad Popular, y a quien después del golpe militar le quebraron las manos en el Estadio Chile y lo mataron mientras lo obligaban a cantar.

Entonces, deja de ser un famoso y se transforma en un mártir, y luego en un héroe. Y su canto, muy especialmente el "Te recuerdo Amanda", se desliza por el mundo, amarrando con un hilo de oro la leyenda de Víctor Jara, y con él la del pueblo chileno acallado por la dictadura militar.

Entonces su hija, que en ese momento tenía 9 años y que vio cómo el dolor penetró por las puertas de una casa que recuerda tan alegre, se va exiliada a Londres con su madre inglesa, Joan Turner ­la única señora de Víctor Jara­ y su media hermana, Manuela Bunster. Allá se quedan 10 años, donde crecen, se incorporan en organizaciones de Derechos Humanos, aprenden un inglés como el de la Reina Isabel, terminan el colegio, y deciden volver a Chile en 1983, cuando Amanda iba a cumplir los 20 años.

Volvieron a su casa en Colón arriba, donde habían vivido, pero Amanda no logró adaptarse a Santiago. Estudió Comunicaciones y luego Bellas Artes, pero no terminó ninguna carrera. Trabajó como productora en cine y publicidad, ahorró unos pesos, y el día menos pensado se marchó a una caleta de pescadores, cerca de Valparaíso. Tiene varias razones para haber dejado Santiago, y deben ser ciertas. No resistió ni los favores ni los odios que suscitaba el hecho de ser hija de una leyenda. Era demasiado lo que se esperaba de ella en los mundos del Partido Comunista y de la oposición al régimen militar; y eran demasiado los prejuicios con que se la veía en los cócteles elegantes. Tuvo un gran amor que se frustró. Vivió en el límite, hasta que en 1990 se escondió en Quintay.

En un sitio de mil 500 metros que habían comprado con su madre frente a un roquerío y a la playa grande, se instaló a pintar y a trabajar la tierra.

Fue muy difícil encontrarla. Y más difícil que aceptara conversar. Pero cuando finalmente abre el portón de este sitio encaramado en el cerro, donde hay tres casitas de madera entre los árboles, plantas, flores, redes de pescadores colgando, perros amistosos que levantan polvo, un parrón desordenado, un auto viejo y una pequeña huerta, Amanda resulta ser una mujer acogedora y cálida. Tiene 40 años que no representa, y tiene la piel curtida por el sol. Es una campesina, joven y ágil, con manos duras y dedos cortos. No es alta, y parece ser fuerte. Es cierto lo que escribe su madre en el libro sobre su marido que también recorrió el mundo, "tiene la misma sonrisa de Víctor". Pero tiene un colorido más rubio, en los ojos verdosos y en el pelo castaño.

En una de las casitas de madera, Amanda vive con Nego, un pescador nacido allí. Él está en la terraza que mira a la playa grande, cosiendo su traje de buzo. Saluda con placidez, sin euforia. Habla poco, tiene 39 años y cursó hasta sexto básico. Ella inunda la casa con opiniones y atenciones. Muele café y lo sirve en tazones pequeños. Unas jaibas recién sacadas por Nego esperan para la cena.

­Nada está muy limpio aquí, porque el aseo lo hago yo y hay mucha tierra.

Se ríe de sí misma con facilidad. Nos sentamos en una mesa debajo del parrón y volvemos atrás en el tiempo.

­En Londres, desde 1973, mi mamá se reinventó. Yo no, porque no estaba muy inventada. A los 9 años uno tiene mucho que absorber. Pero mi mamá era bailarina, con gran vocación de profesora de danza, y tuvo que dejarlo todo y cambiar, y ser vocera de una causa. Lo que pasa es que somos hartos... Porque hay muchos Víctor, hay muchas personas detrás de todos los que asesinaron. Los hijos, los nietos, los primos, los padres... Mucha gente se tenía que armar. Lo digo en el sentido figurativo, porque era poder expresar esta injusticia, armarse frente a las cosas que nos sucedían. A nosotros nos pasó algo bastante brutal, por eso había que hacer un gesto, de corazón, de alma, de todo, para poder seguir adelante no más. Uno no se podía quedar sentada en los laureles, en ese tiempo. Ahora, con los años sí me he quedado sentada en los laureles... (Se ríe.)

Desde muy chica aprendí que hay que saber defenderse de las agresiones diarias que nos da la vida. Allá, mi mamá era la que iba a los distintos lugares; nosotros con mi hermana andábamos detrás.


LOS DETALLES DEL DOLOR

­Cuando Víctor Jara se convierte en un mito que pertenece a una causa más que a una familia, debe deformarse tu recuerdo.

­Sí, se deforma un montón. Ahora, la memoria de mi papá, la íntima, mis recuerdos con él, eso no. Pero hay dos líneas paralelas. Cuando volví y marchábamos por Avenida Matta, éramos miles, y gritábamos Salvador Allende, presente; Víctor Jara, presente. Yo gritaba y sentía lo mismo que la otra gente. Porque era como una especie de estandarte, una bandera, y eso está bien, era necesario.

­¿Te acomodó ser hija de un estandarte?

­El Víctor no es solamente mi papá. Era necesario que fuera un símbolo. Y es maravilloso que fuera así, porque no murió. No murió. Lo que daba un poquito de pena a veces es que en realidad la obra de Víctor era mucho más que el militante del Partido Comunista, con el puño en alto... Era un hombre con mucha inquietud social, artística, con gran sensibilidad, un hombre con talento y muy receptivo.

­¿Cuál era su mayor talento? ¿Actor, cantante, compositor...?

­Yo diría que su perseverancia y su consecuencia. Cuando uno escucha a sus contemporáneos y amigos, me doy cuenta de que era un hombre que facilitaba la creación; muy abierto a probar cosas, que era alegre en el trabajo. Y eso es un gran don. No tenía esa cosa del estrellato. Hoy estaría haciendo música para películas, capaz....

­¿Qué recuerdos tienes de él como papá?

­(Mira hacia el horizonte) Cuando me llevó al colegio el primer día, con una lista de las cosas que no podía hacer, porque soy diabética... No, no tengo nada de pobrecita. ¡Lo que menos tengo es de pobrecita! Era una mañosa, ¡una regalona fundida! Me acuerdo cuando veíamos Barnabás Collins, en una tele que había recién llegado ese año 72, con gran conmoción. Nos mandaban a la cama... (Hace silencios y busca recuerdos ya sepultados). Me acuerdo de mi papá en bata, cocinando, cocinaba súper rico.... Me acuerdo de los ensayos en la casa con el Inti, eran como una fiesta, muy entretenidos. Las vacaciones en el Lago Lanalhue, creo que fuimos como dos veces, pero fueron tan importantes que nos marcaron como si hubiéramos ido siempre. Debo tenerlo marcado porque no pudimos ir nunca más... Eso también influye. Mi hermana, que tenía 4 años más que yo, estaba entrando en la adolescencia, ya tenía pololos y discutía mucho con mi papá, hasta de política. Cuando yo peleaba con mi hermana, él me protegía.

­Tu hermana es más inglesa y tú tienes sangre mapuche por la abuela de Víctor. ¿Cómo viviste esa diferencia, con orgullo o con complejo?

­Yo siempre he sido la feíta. Mi hermana era delgadita, delgadita... y yo siempre gordita, rechonchona, de patitas cortas... (Se ríe y se ridiculiza, semi en broma, semi en serio) Ése ha sido mi sufrimiento. Me gustaría que se me notaran un poco más mis ancestros mapuches. Tengo una mezcla de inglesa-irlandesa con mapuche, y ahí comienza a tener mucho más sentido lo que soy: gente de la tierra, campesina... Ahí me siento bien.

­¿Qué te hace convertirte en una mujer de armas tomar, fuerte, que deja todo y se viene a Quintay sola...?

­No sé si sea fuerte... Siempre doy esa impresión, parece. No soy de armas tomar. La Carmen Soria es de armas tomar, ésa sí. Yo no, yo me arranco.

­Tu madre cuenta una escena entre Víctor Jara y su pequeña Amanda corriendo por la playa de Isla Negra, días antes de su muerte. ¿Qué recuerdas tú?

­Me acuerdo de la casa donde estábamos, que tenía ese olor a humedad que tienen las casas de la playa que están cerradas. Sacamos todos los colchones y las frazadas, fue rico. Recuerdo que había una preocupación, una tensión que marcaba una línea todo el tiempo. Y que yo no sabía qué era. Me acuerdo cuando vimos unos barcos de la Armada haciendo movimientos, la tensión de mi mamá y mi papá. Pero no dijeron nada. Él estaba componiendo una canción y yo lo ayudaba con algunas palabras, mientras volvíamos por la playa.

­¿Y qué recuerdas del 11 de septiembre?

­Fue todo muy rápido la última vez que lo vi. Besito, chao, te quiero mucho, nos vemos. Nos llevaron al colegio y después mi mamá nos fue a buscar. En la casa vi cuando mi mamá habló con él por teléfono. Y ahí me di cuenta de que todo estaba mal. (Las lágrimas le empiezan a correr hasta repletar la cara ancha y quemada por el sol de invierno. Hay un silencio largo, mientras sus manos intentan secar el llanto). Noté que ella se quebró entera, pero no me dijo nada. Los días que siguieron, ¿cuántos días fueron? Algo así como dos meses, pero en realidad creo que fueron cuatro días, mi mamá siguió haciendo como si no pasaba nada. Mi hermana estaba en la pieza, dormíamos juntas y estaba leyendo una revista donde salía mi papá. Ella no dijo nada, pero lloraba despacito. Supe que algo estaba pasando con él. Entonces me fui a encerrar al baño, a rezar, cosa que yo no sé hacer. No tengo formación católica, pero sé que estuve harto rato encerrada, rezando.

Era imposible imaginarse lo que había pasado. Mi mamá me dijo finalmente "tu papá no va a volver...". (Llora y sonríe al mismo tiempo). Pero uno sobrevive. Era una casa bastante alegre, productiva, entretenida, llena de vida y con harto amor, y te la rompen entera. Hay que rescatar los pedacitos, recogerlos uno a uno del suelo; es fuerte eso.

Con el tiempo uno ve la dimensión de esto. Mi papá no era ningún héroe, era un hombre talentoso, con ganas de hacer cosas... Y en tantas familias pasó lo mismo. ¿Cómo es posible que los gobiernos le hagan estas cosas a su gente? Esto de "nunca más" no lo creo. Mira cómo fueron los romanos, mira lo que le hicieron a Cristo... Parece que estamos hechos para hacernos mierda unos a otros.

­Parte de lo que se te rompió en ese momento, ¿tiene que ver con cómo se había muerto tu padre?

­Sí, creo que sí. En ese momento lo viví como un dolor no más. Con el tiempo, se me dimensionó más esta historia, lo vi como una ruptura, ya no como un hoyo negro de dolor e incomprensión como lo vi cuando chica. El hoyo negro empezó a tener detalles. Y así seguí por la vida, en el límite. Soy muy bruta, hablo de lo que no tengo que hablar, con gente que no era a quien se lo tenía que decir... Soy políticamente incorrecta.

­¿No querías responder a la imagen que se espera de una hija de Víctor Jara?

­Soy muy soberbia y me he pasado así, a hachazos por la vida. Por eso de repente no tomo las decisiones correctas y me equivoco. Aquí en Quintay estoy apacible, tranquilita, porque no tengo contacto social... Qué terrible suena decirlo, pero es cierto. Por eso es que me refugio también de las entrevistas... ¡Estar hablando contigo es una inconsecuencia total!


QUE MANDEN LAS MAREAS

Nació en 1964 y al poco tiempo se le diagnosticó diabetes. Fue justamente en ese momento, cuando su padre supo de esta enfermedad, que compuso la canción "Te recuerdo Amanda". La preocupación por su hija lo gatilló, pero la protagonista es la madre de Víctor que se llamaba Amanda. "Sí, esa canción me gusta, pero hay otras que me cargan. No soy una incondicional de Víctor Jara".

Nunca pudo tener hijos, pese a lo mucho que le habría gustado. Lleva 15 años viviendo con Nego ­desde 1990, al poco tiempo de llegar a Quintay­ y hasta pensaron en adoptar, pero al final, no tomaron la decisión.

­¿Por qué te viniste a esta caleta?

­Era lo más fácil, era casi obvio. Primero, para no tenerme que someter al sistema, dentro de lo que uno puede; para estar un poco independiente, para vivir más tranquila, para tener menos presiones, menos problemas. No me gustan las confrontaciones.

­Tu padre sí que se enfrentaba y era muy provocativo ideológicamente.

­Es que él tenía armas para pelear: el teatro, su canto... Yo no tengo.

­¿Te arrancaste de Santiago?

­Sí, me arranqué. Hacía tiempo que me quería ir de Santiago. Estaba el ambiente muy viciado. No pude ni siquiera celebrar el plebiscito. Después ver a Pinochet dándole la mano a Aylwin, no, no. Envejecí antes de tiempo. ¡Ya a los ocho años, tenía ochenta! No quería meterme en este sistema de privilegios y de cuñas, en la pega en que estaba, donde era todo un poco así. Había que aserruchar el piso para meterse, no me gustaba nada. Y en realidad, lo que yo quería era pintar.

Estaba muy enamorada, y me iba a ir con él al norte, bien lejos. Pero no resultó, fue un amor frustrado. (Se ríe) Menos mal que no me fui, porque estoy mucho mejor aquí, más cerca de mi familia. Estas tres casitas estaban botadas. No había tele ni teléfono, entonces lo primero que hice fue traer a un perro. Me daba un poco de miedo esta soledad en pleno invierno. Ahora hay tres perros. Empecé a ir al pueblo, había gente de mi edad, y me hice amigos. Ahí conocí al Nego.

­¿Es la vida urbana la que te molesta o es Santiago mismo?

­En Londres yo me sentía muy bien, y nunca pensé que iba a llegar a Santiago y me iba a chocar tanto. Duré ahí como 7 años... A mí no me gusta Santiago. Lo encuentro súper provinciano, sin serlo. Y súper chico, dándoselas de grande. Eso me cargaba. Además cuando llegaba a una parte decían "ésta es la hija de Víctor Jara", y me hacían pasar antes... Por favor, uno se gana las cosas por mérito propio, no por ser hija de... ¡Qué lata! Sobre todo en el medio donde yo estaba trabajando, ¡es muy envidioso!

­¿Con qué te encontraste aquí?

­Todo me tomó por sorpresa aquí. Haberme enamorado del Nego me tomó por sorpresa, no era algo que me hubiera imaginado. Ése sí que es más bruto que yo. Orgulloso, dice lo que piensa y no le importa nada. Es pescador, que es gente que se manda sola.

­¿Qué es lo que más te gustó de él?

­Me encantó que haga todo a su manera, influenciado por las cosas más lindas, encuentro yo. Por los vientos, por el sol y por la lluvia, no por lo que dijeron en la tele o en el diario. Eso lo encuentro súper bonito. Pero no es que todos sean así, no es idílico vivir aquí. Es duro. Hay que trabajar mucho, es pura tierra, polvo, bichos, hay gente que se aserrucha el piso, se envicia, hay envidias... Igual que en todos lados.

­¿Por qué te quedaste?

­Porque he podido encapsularme un poquito, hacer el jardín, pintar en el taller, comer lo que el Nego trae del mar, vender unas pinturas cuando tengo suerte... Pero no es una vida placentera, porque a uno se le arruga la cara y se forman callos en las manos. Tengo una huerta que después de años de esfuerzo ahora está produciendo...



Margarita Serrano. / Revista del Sábado de Elmercurio (http://diario.elmercurio.com/)

1 comentario:

Familia Hidalgo dijo...

Felicitciones por el artículo, no tenía idea que amanda vivía en nuestro país.